Desde hace largo mi vida transcurría casi sin novedades, algunos pocos éxitos laborales (ahora laborales, me siento grande), otros académicos, y siempre seres místicos que aparecieron repentinamente en mi vida para venir a llenar espacios antes vacíos. Creo que por eso me había ausentado de estos lugares: no sentía la necesidad de desahogo, de expulsar basura, como antes lo sentía.
Hace pocos días hice el ejercicio de mirar las entradas anteriores, para ver qué escribía, en qué pensaba. Es increíble lo mucho que una persona puede cambiar en tan poco tiempo. Supongo que uno de los objetivos que tenía con este blog era, justamente, ver ese cambio. El punto es que esperaba verlo en el transcurso de años, no meses. Pero debo imaginarme que es bueno. Quiero pensar que esos cambios han sido para mejor, y deseo que, si es así, siga cambiando.
Pero, al hacer una evaluación un poco más exhaustiva, lo interesante es que, con este cambio personal, también se le corresponde un cambio social. El ambiente, las personas, que siempre me rodean y en los que me veo inmerso, también cambiaron. Se van personas. Llegan personas. Cambian personas.
Hace rato que no sentía el impacto de las teclas. Es extraño, pero llega a ser emocionante, es increíble la sensación de liberación que se produce. Definitivamente debo hacerlo una constante en mi vida.
No sé si éste volver a golpetear letras se debe a una inquietud superior, casi una necesidad (descubierta otra vez), pero definitivamente influyó la sutil sugerencia de aquel pequeño duende de escribir nuevamente, de escribir a aquellas personas que en su momento fueron importantes, y que lo siguen siendo; de expresarme otra vez. En realidad, creo que sí tiene la culpa el duendecito. Creo que solo puedo decirle una cosa a esa tierna pequeñez: gracias, gracias, gracias, ...
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